He caminado, he parado; he suspirado, he seguido.
He mirado, he observado; He llorado, he reído.
He imaginado, he pensado; he abrazado, he sentido.
He ansiado, he anhelado; he olvidado, he sonreído…
He arrojado al mar pensamientos, creencias, especulaciones e
infinidades de intentos fracasados. He lanzado al vacío las preocupaciones, los
miedos y el recelo. He caminado y al caminar he recolectado los rescoldos de
sonrisas y miradas que me he ido encontrando, y he dibujado en el aire un nuevo
destino.
He querido con toda el alma y he llenado mi mente de ideales.
He imaginado un mundo perfecto, un mundo
sin tormentos, sin soledad, sin ese sentir de necesitar y sin esa necesidad de
imaginar.
Me he enfadado con la vida, con el mundo, me he enfadado con
el vacío, con el destino, con la injusticia. He sufrido la espera y me ha
dolido la impotencia. He llorado un adiós para siempre, y me ha consolado su
alivio.
He observado de cerca la lucha, la fortaleza, la inquietud,
y he conocido la espera impaciente y temerosa de una voz que calmara el miedo, mi miedo y el miedo que he percibido en
miradas de mi alrededor.
He avanzado, he avanzado varios pasos, a paso lento pero
firmes. He ganado seguridad, conocimientos, experiencia, capacidades. He
razonado y he comprendido que se puede llegar mucho más allá de tus
pensamientos y de tus ideas. He ganado el saber que soy capaz, el saber que soy
algo más de lo que conocía de mí.
He aprendido a valorar el camino, a multiplicar por mil las ganas y
la ilusión. He aprendido que nunca es tarde para volver a intentar, que
la lucha constante y el esfuerzo son dos pilares fundamentales para conseguir
tus objetivos, y que cada segundo que
pasa son instantes que debemos aprovechar, porque cada instante, por muy
pequeño que sea, puedes hacer de él una nueva oportunidad.
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