domingo, 7 de abril de 2013

"Te recojo a las 8, nena"


- Toma, ésto es para tí... ¿Haces algo ésta tarde?

- Si... he quedado... Bueno no, no tengo planes.

-¿Nos vemos?

-No hay nada que me apetezca más. Te aviso con la hora, yo te recojo.

Corrí hasta mi casa rebozando de felicidad y con una sonrisa infinita. No soltaba el móvil, esperando su mensaje o su llamada. 

A los pocos minutos sonó, ese "tililín" avisándome de un nuevo mensaje:

"Te recojo a las 8, nena"

¿Nena? ¿me había llamado nena? ¿Podría estar más feliz? Llevaba tanto tiempo esperando éste momento que corrí a contárselo a todos. No podía quedármelo para mí, necesitaba compartirlo con los míos. 

Un reloj viejo con las manillas relentizadas, cansadas de dar vueltas, así parecía el reloj de mi salón, del cual no despegaba mi vista esperando que fueran las 8. 

Lástima que nunca llegó. El reloj de algún modo me estaba avisando de que esa hora nunca iba a llegar. Y no se me ocurrió otra cosa que abrir los ojos y despertar. Despertar y darme cuenta de dónde y con quién está verdaderamente mi plena felicidad. Despertar con todas mis fuerzas y mis ganas puestas en luchar y en arriesgar. Porque ¿de qué sirve la vida si no arriesgamos? ¿Dónde podríamos llegar si nos quedamos así, tal cual, viendo como pasan por nuestro lado múltiples de oportunidades y las dejamos ir, sin ni siquiera intentarlo? Hoy me he despertado sin miedos, sin nada que me pare, sin barreras y con ganas, con muchas ganas de ser feliz, de apartar las piedras que me impiden avanzar y dejar atrás los tropiezos. 

Hoy sé que es lo que tengo que hacer, y tengo claro qué camino escoger.




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