jueves, 3 de marzo de 2016

Yo nací niña, pero he de confesar que nunca me sentí princesa.

Yo nací niña, pero he de confesar que nunca me sentí princesa.

Yo no era de llevar coronas de diamantes, vestidos, ni tacones de brillantes.

Mi madre lo supo desde bien pronto.

Yo era más de armadura.

Coleta.

Y de que nadie pise mi terreno.

Porque lo mío es mío.

Y por favor, aquí no te metas.

Aunque conmigo te metas.

Por ser diferente.

Es el precio que, supongo, tuve que pagar.

Por haber nacido en una sociedad donde sólo se respeta lo común.

Lo que se ve como normal.

Si eres niña y no te pones vestidos, eres rara.

Si eres de las que prefiere no hablar por no incordiar, eres rara.

Si eres tímida y te cuesta socializar, sigues siendo rara

Y si tienes algún tipo de capacidad diferente, eres aún más rara.

Todos tus derechos y todas tus libertades quedan suprimidas.

Te tachan de anormal y sumisa.

Aún sabiendo que naciste sin haber tenido la oportunidad de elegir entre ser de una forma o de otra.

Yo creo que la vida me dió una de cal y otra de arena.

Aunque lo que tengo claro es que de cal y de arena, con el paso del tiempo, se forman las piedras.

Ella no supo tratarme como a la mayoría de las personas, pero tampoco me trató mal del todo.

Yo siempre digo que la vida es caprichosa.

Y ella indudablemente me eligió a mí.

Me eligió para muchos de sus caprichos.

Como por ejemplo, robarme parte de la infancia y hacerme ver la vida desde una ventana blanca.

Donde sólo veía pasar coches y ambulancias.

A 112 kilómetros de mi casa.

Donde echaba de menos a mi hermana.

Y donde me pasaba el tiempo escribiendoles cartas:

"Aquí se está bien,
me cuidan mucho.
Pero tengo ganas de veros..."

Quizás muchos de esos caprichos de la vida también estuvieron llenos de lecciones.

¿Qué más podía pedir?

Tenía a mi lado a quienes daban la vida por verme reír.

Los que le pintaban dos ojos y una boca a un guante de látex inflado.

Y sonrío.

Es imposible no hacerlo.

Al igual que lo hacía en el 97.

Era imposible no hacerlo.

Dicen que el dolor te hace fuerte.

Pero a mí me hizo de piedra.

Y cómo no hacerlo, si pudo ayudarse también con la cal y con la arena.

Desde entonces no me quito esta armadura.

A veces siento que pesa, pero la prefiero.

Antes de llevar puesto una corona de diamantes y unos tacones de brillantes.

Y que a una simple mal pisada se me rompan los tobillos.

La corona se me caiga.

Y ya no pueda continuar caminando.

~

I.Miranda
Twitter: inmamir89
instagram: imiranda_blog
Facebook: Mil Palabras Para Contarte