domingo, 16 de octubre de 2016

Yo también tuve miedo

Hace ocho años decidí dar el paso más importante que he dado en mi vida, salir del armario y mostrarme tal como soy.

No fue fácil, en absoluto.

Yo tuve mis miedos también, al igual que la mayoría de los que han estado ahí dentro y al igual que los que aún lo están.

Yo tuve miedo de que mi madre me pusiera cara rara y me dijera: "Esto no me puede estar pasando a mí. A mi hija."

Yo tuve miedo de que mi abuela dejara de sentirse orgullosa de su "nieta la más chica" en aquel entonces.

Yo tuve miedo de que hubiera cien comentarios a mis espaldas de la gente que quiero.

Y también de ir por la calle de la mano con la persona que era mi novia en aquel momento y cruzarme con alguien que odiara a los homosexuales, y que entonces nos insultara o nos pegara.

Yo tuve miedo, y me costó años en decir libremente al mundo lo que soy.

Yo he tenido miedo, mucho miedo del rechazo.

De vivir la vida completamente.

He tenido miedo de saborear las palabras sinceras y de sentirme yo misma.

Yo he sentido miedo, y también he sentido como el pulso se me aceleraba a mil por minutos y como las manos me temblaban al tener a mi hermana frente a frente a punto de contarle lo que soy.

Pero sí, octubre de 2008 me cambió la vida.

Y lancé una piedra hacia adelante sin saber donde iba acabar.

Le dije a mi amigo que amaba a una mujer, luego a mi hermana, después a mi madre, seguidamente a mi padre, a mis abuelos y luego al resto de mi familia y amigos.

Joder, ¡lo que lio la piedra!

Pero ahora más que una piedra diría que lo que lancé fue un lazo verde, que fue pasando por todos y cada uno de ellos y volvió a mí en forma de esperanza.

Me di cuenta de que quien te quiere no le importa nada más que tú felicidad.

Y me di cuenta de cómo el abrazo de una hermana puede calmar todos esos miedos por completo.

Me di cuenta de que mi madre lo único que no quería era que me fuera lejos de ella, sino que me quería cerquita, da igual con quien estuviera y a quien amara.

Y que mi padre solo supo sonreírme, y qué mejor que una sonrisa de mi padre para curarme.

Me di cuenta que la mayoría de todos esos miedos solo estaban dentro de mi cabeza, y que afuera lo que había eran personas que daban la vida por mi cada día.

Me enamoré de una mujer que hoy ya no está conmigo, pero me enseñó que amar es lo más hermoso del mundo.

Desde entonces vivo enamorada de la vida, sin ocultarme, sin miedos, y muy consciente de que solo pasamos una vez por la vida y que ella nos merece tal como somos y que cada uno de nosotros nos merecemos estar llenos de ella.

I. Miranda

 

jueves, 3 de marzo de 2016

Yo nací niña, pero he de confesar que nunca me sentí princesa.

Yo nací niña, pero he de confesar que nunca me sentí princesa.

Yo no era de llevar coronas de diamantes, vestidos, ni tacones de brillantes.

Mi madre lo supo desde bien pronto.

Yo era más de armadura.

Coleta.

Y de que nadie pise mi terreno.

Porque lo mío es mío.

Y por favor, aquí no te metas.

Aunque conmigo te metas.

Por ser diferente.

Es el precio que, supongo, tuve que pagar.

Por haber nacido en una sociedad donde sólo se respeta lo común.

Lo que se ve como normal.

Si eres niña y no te pones vestidos, eres rara.

Si eres de las que prefiere no hablar por no incordiar, eres rara.

Si eres tímida y te cuesta socializar, sigues siendo rara

Y si tienes algún tipo de capacidad diferente, eres aún más rara.

Todos tus derechos y todas tus libertades quedan suprimidas.

Te tachan de anormal y sumisa.

Aún sabiendo que naciste sin haber tenido la oportunidad de elegir entre ser de una forma o de otra.

Yo creo que la vida me dió una de cal y otra de arena.

Aunque lo que tengo claro es que de cal y de arena, con el paso del tiempo, se forman las piedras.

Ella no supo tratarme como a la mayoría de las personas, pero tampoco me trató mal del todo.

Yo siempre digo que la vida es caprichosa.

Y ella indudablemente me eligió a mí.

Me eligió para muchos de sus caprichos.

Como por ejemplo, robarme parte de la infancia y hacerme ver la vida desde una ventana blanca.

Donde sólo veía pasar coches y ambulancias.

A 112 kilómetros de mi casa.

Donde echaba de menos a mi hermana.

Y donde me pasaba el tiempo escribiendoles cartas:

"Aquí se está bien,
me cuidan mucho.
Pero tengo ganas de veros..."

Quizás muchos de esos caprichos de la vida también estuvieron llenos de lecciones.

¿Qué más podía pedir?

Tenía a mi lado a quienes daban la vida por verme reír.

Los que le pintaban dos ojos y una boca a un guante de látex inflado.

Y sonrío.

Es imposible no hacerlo.

Al igual que lo hacía en el 97.

Era imposible no hacerlo.

Dicen que el dolor te hace fuerte.

Pero a mí me hizo de piedra.

Y cómo no hacerlo, si pudo ayudarse también con la cal y con la arena.

Desde entonces no me quito esta armadura.

A veces siento que pesa, pero la prefiero.

Antes de llevar puesto una corona de diamantes y unos tacones de brillantes.

Y que a una simple mal pisada se me rompan los tobillos.

La corona se me caiga.

Y ya no pueda continuar caminando.

~

I.Miranda
Twitter: inmamir89
instagram: imiranda_blog
Facebook: Mil Palabras Para Contarte

lunes, 15 de febrero de 2016

Valientes

"Estaba en el autobús cuando dos chicas se tomaron de las manos, la anciana que se sentaba a mi lado me dijo: Mira que valientes esas chicas, si yo hubiera sido así de valiente a su edad, posiblemente no estaría casada con un hombre."

Qué triste que se tenga que utilizar la palabra -valiente- para describir al amor.

Al amor puro.

Ese que todos alguna vez hemos sentido.

Al amor que no entiende de leyes, ni de religiones, ni de sexos, ni de condiciones.

Al amor, que no es más que amor.

Cuánto de valiente hay que ser para mostrar ese amor en público.

No sólo los valientes lo hacen.

La mayoría de las parejas que van de la mano demostrando su amor en público podrían ser incluso más cobardes que valientes.

Pero claro, hay otra minoría que muestran su amor en público y, por desgracia, sí hay que llamarles valientes.

Porque lo son.

Porque una vez decidieron darle al amor la oportunidad de ser lo que es.

Porque una vez decidieron dejar de soportar la agonía que les producía el temor al rechazo, y abandonaron su escondite.

Porque una vez decidieron abrir una puerta, esa que les condujo a la realidad y a la aceptación de uno mismo, a pesar de que hubieran mil bocas juzgándoles de frente.

Porque una vez decidieron tapar y callar esas bocas gritándole al mundo lo que tantos, hoy, quisieran gritar: Que el amor es amor.

Mires por donde lo mires.

Sin más.

Pero aún hay tantos amores ocultos.

Soportando la agonía de un secreto cargado a cuestas de por vida.

Tapados con máscaras.

Tantos besos que han sabido a tierra seca.

Tantos te quieros de mentira que han acabado en un corazón pobre y sincero.

Tantos ojos que una vez dejaron de brillar.

Por culpa del miedo.

Por no ser valientes.

Qué pena, sigo utilizando esa palabra.

Tantos labios que se quedaron esperando probar otro sabor que no sea ese de la tierra seca.

Que no conocen nada de la vida que sea real.

Tantas pieles cubiertas de odio, porque al final, todo lo que se siente y no se da termina en odio, en impotencia y en dolor.

Y tantas alma reprimidas que se consuelan en un ojalá.

-ojalá yo hubiera sido tan valiente a su edad-.

~

I.Miranda
Instagram: imiranda_blog
Twitter: @inmamir89
Facebook: Mil Palabras Para Contarte

lunes, 4 de enero de 2016

Mis flores

Yo no pertenezco a ningún grupo de amigos.
Hace años sí.
Tenia un grupo de amigos y amigas, pequeño, pero estábamos muy unidos.
Salíamos y entrábamos.
No recuerdo grandes fiestas con ellos, pero sí charlas.
Muchas charlas.
Y bailes.
Y cantes.
Y risas, muchas risas.
Compartíamos los días de sol y los días de lluvia.
Las lágrimas y los abrazos.
Poníamos siempre una banda sonora a cada momento.
Y la bailábamos a cámara lenta para que nunca acabara.
Hacíamos nuestra fiesta particular en cualquier esquina, en cualquier banco.
Que bonita la gente que te sonrieron un día.
Y formaron parte de tu vida.
Porque todo el mundo, absolutamente todo el mundo que pasa por tu vida te hace aprender, madurar y crecer.
Pero todas las flores, por muy bonitas que sean, algún día también se marchitan.
Yo tenía mi jardín particular.
Pero todas sus flores un día se marchitaron.
Y no por falta de agua.
Sino tal vez por regarlas demasiado.
Por dar más de lo necesario.
La ayuda a veces sobra.
No se puede ayudar a quien no quiere recibir ayuda, aunque la necesite.
Yo lo aprendí en ese momento.
La certeza de saber que puedes perderlo todo, y arriesgas lo que tienes solo por querer ayudar más, y más.
Qué es la amistad.
Esa pregunta rondó por mi cabeza meses.
Años.
Qué es la amistad.
Quizás la amistad era confiar plenamente uno en el otro.
Y yo, quizás, no había conocido eso nunca, porque no confiaron en mí.
La amistad era tal vez la no confianza plena y saber pedir perdón justo en el momento antes de que el frío queme.
Tarde.
Eso fue, tarde.
Y no por falta de ganas.
Siempre me gusta perdonar. Y siempre suelo hacerlo.
Pero no siempre perdonar es olvidar.
Cuando te hacen daño mucho mucho que sientes la traición y la soledad en la propia piel, es difícil olvidar.
Y todo se vuelve extraño.
Incluso las personas.
Aunque te pidan perdón.
Se vuelven desconocidas.
Y te duele no sólo haberlas perdido. Sino el hecho de que te dejen dentro un vacío haciéndote eco cada vez que intentas volver a confiar de nuevo en nuevas personas.
Te hace eco.
Te lo vuelve a repetir.
Eco.
Mil veces si hace falta.
Eco.
Y vienen gente nueva a sembrarte nuevas flores.
Eco.
Pero nunca llegan a florecer.
Siempre elijo seguir regándome a mí misma.
Lo justo y necesario.
Para que sean mis flores las que florezcan.
Y que sean mis raíces las que no se pudran.