miércoles, 14 de octubre de 2015

Hay amores...


Hay amores que viven silenciosos, amores clandestinos, más puros que cualquier otro amor.

Hay amores que se caen de tanto querer a medias.

Hay amores viciosos, llenos de caricias de consuelo.

Hay amores tan sinceros que terminan en despecho.

Hay amores que construyen una amistad errónea dónde más que amor es pura complicidad.

Hay amores que suben y luego bajan empicados, sabiendo que la caída duele mucho menos que la compañía.

Hay amores que empiezan siendo amores pasajeros y quedan abiertos a un futuro que quizás algún día se convierta en un presente.

Hay amores que caminan de la mano hasta que llegan a casa y esas manos se convierten en puños cerrados.

Hay amores de escaparate que viven para aparentar y encubrir la verdad que se lleva dentro.

Hay amores que se olvidan de querer y se convierten en mera rutina, con besos de costumbres y un café de despedida cada mañana.

Hay amores no correspondidos que se pasan la vida buscando la estrategia perfecta y que mueren poco a poco hasta quedar sin aliento.

Hay amores de inmediato, de miradas cruzadas y que terminan desnudos en la cama.

Hay amores no reconocidos, que miran hacia otro lado tratando de encontrar lo que los demás andan buscando.

Hay amores que dicen ser amores porque no conocen otra forma de vida, que se enamoran en cada esquina y se deshacen en pedazos por momentos, pero rápidamente vuelven a resurgir.

Hay amores que solo esperan, y mientras tanto, cruzan miradas profundas esperando la respuesta.

Hay amores que nacen de ti, de mí, y la mayoría de ellos no saben ni a dónde ir.

Hay amores que suplican, que buscan en el otro lo mismo que se da, como si el amor se tratara de dos partes iguales.

Hay amores que vuelven, hay amores que se van, hay amores que se quedan a vivir eternamente en tu interior.

Y hay amores que nunca, aunque quieras, nunca, lo podrás llamar amor.


jueves, 1 de octubre de 2015

26

Después de cumplir 26 no me siento más mayor.

Podría decir que casi me siento como aquella niña que cuando empezó a tener uso de razón era la niña más tímida y más "malaje" que te podías echar a la cara.

Porque sí.

Porque si había que hacer una foto me quitaba del medio, o miraba hacia el lado.

Porque si había algo que celebrar y tenía que ponerme "guapa" yo prefería ir en botines.

Porque si tenía algo que decir u opinar lo decía sin pensar si era el momento adecuado para hacerlo.

Y aún recuerdo la cara de mi madre como me miraba sabiendo que su hija tenía algo diferente a los demás niños que jugaban arrastrándose y saltando por el parque sin importarle nada más.

A veces pienso que ojalá mi infancia hubiese sido como la de la mayoría de esos niños, caracterizada por miles de sonrisas sin miedos.

O haber vivido alguna vez esa primera vez sin "ruedas pequeñas" y salir hacia adelante aguantando el equilibrio.

Y tantos pequeños detalles que cualquier niño no es capaz de valorar porque para él y para su alrededor es la normalidad.

Tan normal como tirarse de un trampolín, saltar la comba o hacer el loco en un castillo hinchable.

Pero otras veces me pregunto,

Qué hubiera sido de mí si mi infancia hubiera sido exactamente igual que la de la mayoría de los niños?

No cabría duda que miraría el mundo con los mismos ojos que los demás.

Que estaría tan ocupada en aparentar que me olvidaría de vivir y valorar cada detalle insignificante.

No cabría duda que viviría eternamente sin intentar conocer y aprender cual es para mí el verdadero sentido de la vida.
Y es que van pasando los años... y como he dicho, no me siento más mayor...

aún vive en mi aquella niña, seria y pensativa ...

tratando de seguir avanzando, a pesar de las diferencias y a pesar de mi rareza.