Podría decir que casi me siento como aquella niña que cuando empezó a tener uso de razón era la niña más tímida y más "malaje" que te podías echar a la cara.
Porque sí.
Porque si había que hacer una foto me quitaba del medio, o miraba hacia el lado.
Porque si había algo que celebrar y tenía que ponerme "guapa" yo prefería ir en botines.
Porque si tenía algo que decir u opinar lo decía sin pensar si era el momento adecuado para hacerlo.
Y aún recuerdo la cara de mi madre como me miraba sabiendo que su hija tenía algo diferente a los demás niños que jugaban arrastrándose y saltando por el parque sin importarle nada más.
A veces pienso que ojalá mi infancia hubiese sido como la de la mayoría de esos niños, caracterizada por miles de sonrisas sin miedos.
O haber vivido alguna vez esa primera vez sin "ruedas pequeñas" y salir hacia adelante aguantando el equilibrio.
Y tantos pequeños detalles que cualquier niño no es capaz de valorar porque para él y para su alrededor es la normalidad.
Tan normal como tirarse de un trampolín, saltar la comba o hacer el loco en un castillo hinchable.
Pero otras veces me pregunto,
Qué hubiera sido de mí si mi infancia hubiera sido exactamente igual que la de la mayoría de los niños?
No cabría duda que miraría el mundo con los mismos ojos que los demás.
Que estaría tan ocupada en aparentar que me olvidaría de vivir y valorar cada detalle insignificante.
No cabría duda que viviría eternamente sin intentar conocer y aprender cual es para mí el verdadero sentido de la vida.
Y es que van pasando los años... y como he dicho, no me siento más mayor...
aún vive en mi aquella niña, seria y pensativa ...
tratando de seguir avanzando, a pesar de las diferencias y a pesar de mi rareza.
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