Cuando la inspiración me llama empiezo a preocuparme, o incluso más cuando
salgo a la calle buscando encontrarme con una mirada. Es difícil de entender la
mayoría de las veces por qué se repite de nuevo la misma historia, por qué no
somos capaces de aprender la lección de ayer. Y es que nuestra cabeza está a
tantos kilómetros de nuestro corazón que apenas son capaces de tomar una
decisión entre ambos. Nuestra cabeza aprende las lecciones, e intenta enseñárselas
al corazón, pero éste con tantas lecciones a distancia termina confuso y
perdiéndose. Y es que, ¿cuántas veces se han cruzado por mi vida personas que
no son nadie y lo terminan siendo todo? Personas de un hola y adiós que
terminan siendo parte de un pasado sin recuerdos, sin un olor que defina lo que
te hizo sentir. Personas de paso, de roces sin a conciencia, de sonrisas
inocentes que no buscan nada y acaban siendo cómplices de un sueño, de silueta
puesta a contraluz donde apenas puede apreciarse nada más. Y se vuelve a
repetir la historia una vez más. Y solo basta un segundo desde que la ves para
que tu cabeza empiece a mandar las órdenes al corazón… pero él siempre tan
confuso, que solo le basta un segundo más para volverse a perder.
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