Es difícil. Es difícil contenerse y mantenerse distante
cuando algo dentro de ti está creciendo por minutos, incluso por segundos.
Intentas por todos los medios crear un vínculo, un vínculo que luego resulta
ser la barrera que te impide arriesgar. El temor a que se rompa quizás. Y te
conformas tan solo con un “hola qué tal, cómo te ha ido”, que a la vez es
tanto. Te conformas con seguir formando parte de algo que tal vez para la otra
persona, no es nada más que algo. Pero sonríes, porque ese algo para ti, en este momento,
lo es todo. Y cuesta alejarse, cuesta reconocer que probablemente esto no te llevará a nada. Y es por eso que te sigues acercando. Tratas de ingeniártelas
para ver de qué forma puedes ir haciendo que ese vínculo se haga irrompible,
fuerte, seguro, para cuando llegue el momento, soltar lo que llevas dentro. Porque sabes que lo harás, que un día lo
harás, que en un momento inesperado tu alma se canse de guardar silencios, de guardar
palabras tan sinceras sin ser pronunciadas. Y serán lanzadas, serán arrojadas
hacia una mirada impaciente. Lo harás sin ni siquiera tener conciencia de ello,
serán fluidas, limpias, transparentes, sinceras. Y quizás en ese momento todo
cambie, o tal vez no. Tal vez todo siga siendo igual que antes, o casi todo,
porque te quedarás con la sensación de haberlo intentado, de haberle echado
coraje y valor, de haber roto tus miedos. Te quedarás con esa sensación de:
volvería a intentarlo todos los días de mi vida.
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