Entré en mi habitación. Hacía tiempo que no me pasaba. Quizás nunca antes me había pasado. He entrado, me quedado quieta en la entrada y he mirado de un lado a otro. Era completamente un desorden. La cama sin hacer, pares de botines de por medio, unos pares de calcetines por el suelo, y papeles, sobre todo papeles; apuntes y cuadernos por la cama, montones en el escritorio, servibles e inservibles. En vez de empezar a recoger como una loca, me he sentado en la cama y me he quedado pensando por un momento. Quizás mi cuarto en este momento me está representando lo que lleva siendo mi vida todo este tiempo.
Curioso que durante todo este tiempo que mi vida ha sido completamente un desorden, mi habitación siempre ha estado ordenada, en cambio ahora, en este momento, cuando comienzo a darle rumbo a mi hábito, cuando empiezo a intentar ordenar un poco mis ideas, cuando mi interior comienza a sentirse "ubicado", o al menos, sin la incómoda impresión de estar perdiendo el tiempo, cuando empiezo a dar mis primeros pasos a lo que quizás pueda ser un nuevo camino, un nuevo comienzo. Ahora, miro mi habitación y es un CAOS. Y si me paro a pensarlo, incluso llega a gustarme. Me gusta no tener tiempo ni siquiera para guardar el par de zapatillas que usé ayer, o dejar para última hora el hacer la cama, porque siento que tengo la necesidad de hacer algo con prioridad y al mismo tiempo demostrarme a mi misma mi ilusión y las ganas y necesidad de seguir, de aprender y hacerme ver que puedo hacerlo. Demostrarme a mi, solamente a mi todas mis capacidades.
Me he dado cuenta que el desorden nos muestra que las cosas no están en su sitio, pero lo más importante es que, aunque no estén bien puestas, también nos muestra que están ahí, y que tú eliges el momento para empezar a organizarlas, empezar a darle prioridad a lo más importante y lo menos importante dejarlo para luego. Aunque eso sí, nunca olvidar, que lo menos importante no quiere decir que no sea necesario.
Reflexiones
No hay comentarios:
Publicar un comentario