Observo la gente, observo sus pensamientos, sus ideas, su
manera de expresarse, su manera, también, de dejarse llevar. Observo la poca
autonomía de la mayoría de las personas, y bueno, también, la originalidad de
la otra minoría. Soy observadora, solo observadora. No suelo opinar, ni entrar en cuestión
con las ideas de los demás. Soy observadora y normalmente suelo callar y
reflexionar. Luego escribo, y es como mi otra parte de vida, como mi otra
mitad.
Observo que tengo más pensamientos y reflexiones que
palabras, y no es que prefiera el silencio, pero a veces lo veo necesario. A
veces veo necesario callar, puesto que sé que quien está en el lado receptor
lo que menos va hacer es escuchar y mucho menos intentar entender o respetar. Y
pienso, qué mejor en ese momento que callar.
Observo que últimamente, escribir es la única manera de
sentirme en compañía aún sin tener alguien al lado, es mi manera de soñar, de
imaginar y de hacerle un hueco a mis ilusiones, de reemplazar el vacío por un
papel en blanco que poco a poco voy rellenando con ellas, y sentir como, poco a
poco, mi alma se va repletando de inquietudes que me van provocando.
Observo a menudo, que lo más difícil es aprender de uno
mismo. Que nos pasamos el tiempo absorbiendo consejos, lecciones, teorías… de
todas las personas que nos rodean, sin darnos cuenta que la mejor lección de
vida es uno mismo, acompañado del pasado, de los errores, de llantos, de los
sueños rotos, del querer volver a intentar y volver a fracasar, de las ganas de
seguir luchando, de la esperanza, de la ilusión. Y que cuando uno se da
cuenta de esto, no necesita depender de nadie para seguir adelante.
Observo que observar me gusta, y que eso me lleva a descubrir
y darme cuenta de cómo está hecha la vida, y la sociedad en general. Observar
me lleva a abrir la mente y a mirar el mundo no solo con los ojos, sino también
con los sentidos, observar me lleva a traspasar la línea de lo que todos
llaman locura.
(Y observar me lleva a ti, aunque no lo creas.)