La palabra miedo a veces se queda
pequeña. La palabra miedo, en algunas ocasiones, no es comparable al monstruo
que te persigue, creando barreras casi indestructible y atrapándote completamente, haciéndote sentir inferior a
todo, te sientes tan pequeño y débil que
enfrentarte a él se convierte en una misión imposible.
El peor miedo que se puede llegar
a sentir es el propio miedo a enfrentarte a tus miedos. El miedo a creer que te
faltan las armas para destruir las barreras, y luego una vez rotas las
barreras, ir a por el monstruo y acabar completamente con él.
Y es que el miedo es ese enorme monstruo
que habita dentro de nosotros, invisible, y que, la mayoría de las veces, los
demás no logran ver ni entender, por eso solo uno mismo es el que tiene que
fabricar esas armas y producir la fuerza suficiente para enfrentarlo. Pero ¿qué
pasa cuando es a la hora de fabricar esas armas cuando aparece el miedo a enfrentarte al miedo? ¿Qué
pasa cuando decides acabar con él y aparece la inseguridad, la
inferioridad, la falta de valor,…?
El miedo nos persigue, nos
maneja, nos acorrala, nos acobarda, nos empequeñece, nos debilita, nos castiga,
nos frustra, nos hace fracasar. El miedo te come, te imposibilita, te paraliza,
te aísla, te condena. Pero debemos
recordar que el miedo y todo lo que nos hace sentir solo habita en nuestra
mente y que fuera de nuestra mente solo existe el tiempo y la oportunidad. Que el
miedo solo es ese enorme monstruo invisible, nuestro enemigo imaginario, y no
debemos dejar que lo que es producto de nuestra mente nos robe las
oportunidades de conseguir nuestros objetivos.
Por eso, lánzate, aunque el miedo
te acorrale, aunque te acobarde, aunque te sientas inferior, aunque te sientas
débil, aunque creas que vayas a fracasar. Lánzate y fracasa si es necesario. Fracasa
y vuelve a intentarlo. Porque será ahí, al volver a intentar, cuando conozcas y
poseas el VALOR, la única arma capaz de acabar con él.